Dichosos aquellos que pueden pasar horas hablando por teléfono. Yo, no tengo esa bendición.
Existen aquellas personas que pueden pasar horas con un teléfono en la oreja, hasta que les termina roja y caliente, y aun así están dispuestas a alargar un poco más la conversación. Hablan sobre el trabajo, deporte, la familia, el perro, el gato, y por qué no, hasta la familia del perro y del gato. Y existen personas como yo, para quienes un «Aló… sí… no… A qué hora?… Bueno…» es más que suficiente.
Podría hecharle la culpa al hecho de que no soy una persona muy conversadora, pero igual me ha pasado que la otra persona habla y habla por teléfono y yo lo único que tengo que hacer es escuchar, y aún así me siento incómodo hablando por teléfono, y en cuestión de unos minutos me veo terminando la conversación.
Me imagino que los que no nos gusta hablar por teléfono somos pocos, ya que por lo general la reacción de la gente no es positiva. Algunas personas se ofenden, otras se resienten, algunas se incomodan y hasta se disculpan porque creen que llamaron en un mal momento, pero la verdad no es que no quiera hablar con la otra persona, ni que esté muy ocupado, ni ninguna otra razón que se pueda imaginar, es tan simple como que no me gusta hablarla al condenado aparato.
No es que tenga algo en contra de los teléfonos. No fui golpeado por un teléfono cuando estaba en la escuela, ni tuve ningún familiar o conocido asesinado por un teléfono, y hasta donde puedo recordar, mi mamá no me contaba historias de miedo sobre teléfonos cuando era pequeño.
Me imagino que tiene que ver con la función que yo le veo al teléfono. Para mí, la idea del teléfono es comunicarme con otras personas a la distancia cuando la situación lo amerita, no simplemente porque no tengo nada mejor que hacer. Antes que ponerme a hablar horas por teléfono, prefiero agarrar el carro o la moto, e ir donde la otra persona esté, así mato dos pajaros de un solo tiro, puedo conversar con la otra persona y salir a pasear un ratito.